2014, el Festival de los dos ganadores.

Como decía Ruth Lorenzo, a Eurovisión se va como al mundial. Y con esas se fue a Copenhague. Con la presión de conseguir un resultado que pudiera respaldar su elección, y que pudiera devolver a España al alto listón que había puesto Pastora Soler en Bakú. El top10 pasaba de ser un objetivo a una necesidad.
España partió con gran optimismo a Eurovisión 2014. Pero con la promesa fallida del agua de Ruth Lorenzo, las esperanzas de muchos comenzaron a desvanecerse. Aumentaba la presión por hacer más con menos. Lo que se llama eficiencia. Algo poco usual tratándose de la delegación española.
Pero las tradiciones están para romperse. España jugó un papel fundamental en Eurovisión 2014. Fue, ni más ni menos, que el primer país de la historia que introdujo los efectos 3D en su puesta en escena.
Zlata Ognevich tuvo que agarrarse un buen cabreo.
Pero ante todo, Eurovisión 2014 supone un punto de inflexión. Un antes y un después, una rotura de moldes. No sólo por la victoria del corazón de Europa, sino también por el pase de revista a muchos países que, acomodados en sus altas posiciones, tuvieron que descender del Olimpo al infierno. Precisamente ese ‘inferno’ de Dante, que tanta fama dio a Emma en 2012. Emma, quizá una de las mejores –sino la mejor– artista que pisó el escenario, y que peor supo llevar su propuesta. Italia, claro ejemplo del éxito, demostró que el nombre sobrepasa a la calidad.
No precisamente para menos fue lo de Azerbaiyán. Entre tímidos y catastróficos ‘Maybe…’ que Dilara Kazimova procuraba disimular, se iban los 12 puntos de países fieles a su cita, como Lituania o Malta, sin contar las ausentes Bulgaria y Chipre.
Pero quizá lo más sensato de todo fue el sarcasmo de una Francia cansada de probar experimentos para fracasar. Necesario tocar el suelo, el puesto 26, para replantearse no solo la participación sino el estilo. Porque Eurovisión es un arte y cómo se enfoque, una labor de gran virtuosidad.
Pero no todo fueron malas noticias, ni mucho menos. Muchos pusieron el grito en el cielo cuando vieron los nombres de San Marino y Montenegro deslizar por delante de otros países que como Bélgica o Israel, no terminaron de convencer con el clima fúnebre y la agresividad de una diva. Valentina Monetta y Sergej Cetkovic sabían a lo que iban: a participar, a intentar subir puesto a puesto y salvar la catástrofe. En cualquier caso, para ellos sus respectivos puestos fueron más que un éxito. Fueron el punto de partida para intentar conseguir una historia repleta de pases a la final. Eso es lo que necesitaban, un punto de partida. Serán recordados como los pioneros.
Europa renació y resurgió. Con la ausencia de los países del este, el continente tenía todas las papeletas de volver al alma máter de la cuna musical. Y qué mejor que hacerlo desde el propio corazón, desde el prisma que nos deslumbró con los mejores compositores de la música clásica, para dar un golpe en la mesa.
Un golpe en la mesa, un aviso, un eslabón más que se descuelga de la cadena. Tomaron nota de ello países como Italia, Azerbaiyán o Grecia. Peor fue lo de Reino Unido, que llevando la ‘candidatura diez’ tuvo que ver como sus opciones se desvanecían, una vez más, por una puesta en escena que insípida, nos mostró a una artista incómoda, que hubiera estado mucho más lúcida con sus leggins y su jersey de saco y lentejuelas. La manía de ir a Eurovisión para intentar innovar y retroceder en el intento.
La debacle del Big5 por primera vez no fue salvada por Italia, quien ha llevado la voz cantante desde su vuelta, salvo por Alemania en 2012. Un país acostumbrado al liderazgo –y a la calidad– se vio eclipsado por un nuevo país al frente: España. Único país del grupo de los grandes que pudo salvar la masacre entrando en el top10, y casi desbancando a los anfitriones. Una clara muestra de que si se quiere, se puede.
Basim jugó al desenfreno y lo hizo en casa. Le salió bien la jugada a una Dinamarca acostumbrada a los picos y repuntes en su historia reciente. Resultado más que digno el de Noruega, a la par que incomprensible el de unas rusas estáticas, estereotipadas e insulsas. Pero para bombazo, señores, fue el de Mariya Yaremchuk. No pudo haber mejor forma de saludar a Europa con la primera canción. Y se quedó en la retina de todo el mundo. Todos, o al menos un servidor, esperaba ciertos dejes lascivos en la ucraniana. Dejes que finalmente se moderaron con la sencillez y elegancia, y con un directo maravilloso. Ucrania hizo los deberes en plena crisis institucional, política e internacional.
Pero sin duda, otra de las grandes sorpresas fue el histórico resultado de Hungría. Un país que nunca me cansaré de defender, y que estoy seguro, pronto veremos organizando un festival en la preciosa Budapest. Un país que, está siempre adelantado a lo que se lleva, un país contemporáneo, que siente el anhelo y la nostalgia de reinventarse para superar la época, un país que vive inexorablemente la actualidad musical pero con el anacronismo preciso para ir un paso por delante.
Lo que nunca imaginé es que se considerase fracaso un cuarto puesto. Y así es como debió verlo el propio Aram Mp3, quien envuelto en su propia polémica, y envenenado de su propia medicina, tuvo que saborear la cura de humidad de la que habló Raquel del Rosario. Pero lo hizo desde la cuarta posición, no desde la vigésimo-quinta. Armenia estaba engalanando Ereván para 2015, pero aún quedaba algo por delante que no se preveía: las críticas de Aram a Conchita, no eran sino puntos regalados. La victoria de Aram se desvanecía con cada noticia que difundía sus desafortunados comentarios, y su falsa y protocolaria disculpa, le debió restar otro gran puñado.
Quien fue a cumplir su papel sin decepcionar fue Suecia. Sin más, Sanna hizo los deberes, y muy bien. Demostró a su país que era un valor seguro y que podía conseguir entrar en la vitrina de los grandes de su historia. Segundo mejor puesto de la historia de Suecia en cuanto a puntos, por encima de todas sus victorias salvo la de la heroica Loreen.
Y preparo la diana para ser el ojo de las críticas. Tenemos que diferenciar las dos victorias que se dieron: la eminentemente musical, y la política y social.
Musicalmente, que a mi parecer es el objeto del concurso, hubo una rotunda ganadora: Holanda. Y no lo digo yo, lo dicen las listas de éxitos de todo el continente –y fuera de él– que ubican sin lugar a dudas como la ganadora en repercusión musical a ‘Calm after the storm’. Y no es para menos, la que quizá sea la mejor puesta en escena de la edición, fue acompañada de dos cantantes sublimes que, unidos en un proyecto concreto por su país, hicieron la octava maravilla de la que para mí, debiera haber sido la real ganadora.
Y por otra parte tenemos a la ganadora real, la que ganó con lo que hay que ganar: los puntos. Un mensaje social escogido en el momento adecuado y en el lugar idóneo. El golpe en la mesa vino de su puño, con una sobreactuada Conchita Wurst que oteaba el horizonte del B&W Hallerne con el trofeo en la mano. Trofeo merecido. Aunque a mi parecer, el principal pero que le saco, es que la canción esté pasando desapercibida por el mensaje. Una canción que a mi parecer, es de las mejores ganadoras.
Pero Europa es hipócrita. Y nunca sabremos cuánto. Pero el fin justifica los medios y el mensaje que se lanzó en la voz de la austríaca superó a la homofobia. Una homofobia que perdió una noche de 365. Y es así de triste.
Y por alguna calle de Italia, ahora alguien tarareará aquella canción de Sanremo 2009:
“Luca era gay e adesso sta con lei
Luca era gay, ahora está con ella,
Luca parla con il cuore in mano
Luca habla con el corazón en la mano,
Luca dice sono un altro uomo…”
Luca dice ser otro hombre.
Aquella canción de un Povia que la noche del 10 de mayo, tuvo que regocijarse de como su país apoyaba -con 12 puntos- a la vez ideas tan opuestas: la ‘cura’ de la homosexualidad, y la defensa de la misma.
Nessuno ha sempre ragione.
Nadie tiene siempre la razón.
En Madrid, a 21 de junio de 2014.
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